By Jessye Weinstein, WFP Colombia Team
On November 6th our votes were cast, and among the historical precedents set that day were the legalization and regulation of marijuana in Washington and Colorado. In the days following the November elections and the decision of Washington and Colorado to legalize and regulate marijuana, Mexican President Felipe Calderon came out saying that the legalization of marijuana for recreational use in these states limits the U.S.’ “moral authority” to ask other nations to combat or restrict illegal drug trafficking, and furthermore represents a fundamental change that requires the rethinking of public policy in the entire Western Hemisphere.
While the significance of this new legislation was being batted around by Heads of State, I was traveling to Buenaventura, Colombia’s principal port, and as such, the principal corridor through which drugs exit the country on their way to their consumer destination…the United States. Buenaventura is responsible for around 60% of the commercial goods that come in and out of the country, and has therefore been one of the places most affected by neoliberal policies being pushed by the U.S. for over a decade, which led to the privatization of the port in 1993 and the implementation of the U.S.-Colombia Free Trade Agreement in May of last year. While these policies serve to increase economic activity and the value of the port, they do nothing to distribute the benefits of the profitable shipping industry or the millions that flow daily through the port. According to the Washington Office on Latin America, “[Of] the city’s 375,000 residents, about one third are unemployed and 80% live in poverty. Sixty-five percent of Buenaventura’s households do not have a sewage system, and 45% do not have potable water. Life expectancy in Buenaventura is 51, compared with the national average of 62.”
For Buenaventura’s Afro-Colombian community, that makes up nearly 90% of the municipality’s population, there are serious racial implications for these economic policies. One Afro-Colombian leader explained that with privatization “we found ourselves mired in modern slavery…no longer fettered and shackled with chains, but by our economic conditions. As portworkers we don’t even make minimum wage. We earn about $45/month working 12 to 36 hour-shifts in some cases. How are we supposed to provide for our families on that income? With privatization comes exploitation and social decomposition.”
This neoliberal economic war that we are raging around the world uses a logic that favors the increase and mobility of capital over all other factors, and this leads to the death and destruction of livelihoods, community processes, ethnic identities, and lives.
There has been a continuing trend over the past decade in the port as the groundwork was being laid for the implementation of the free trade agreement of increasing informal structures of hiring and dismantling labor conditions and organizing efforts. The desperate conditions that these practices have led to have greatly facilitated illegal activity and criminality. When you are making $45/month under poor conditions with a family to feed, and the drug trafficking industry will pay $250-300 to carry out a service for them, how much agency can go into making decisions in a landscape of vulnerability? “When people are hungry, they are subjected to anything,” one portworker told us.
While it is incredibly important that we are moving to open up spaces to debate drug policy reform in the States to challenge the notion of a Drug War whose source-eradication strategy has funneled billions of U.S. tax-dollars into strengthening military apparatus’ abroad and has decimated the Colombian countryside through aerial sprayings of Monsanto’s glyphosate, it is equally important that we use these spaces to debate the economic war the U.S. is sending overseas as well. We must understand the ways in which drug and economic policy are intrinsically tied together, and the ways in which the vulnerability created by one feeds into strengthening illicit activity that the other pretends to combat.
It is impossible to understand free trade until you see what it looks like on the ground in a place like Buenaventura. The shantyhomes on stilts over the ocean are juxtaposed with million-dollar highway construction projects for the trucks carrying commercial goods where they need to go. People along the highway make homes and stores out of broken down shipping cars—I always imagine what kind of a mental landscape that creates, living as if one were a commercial product.
Commercial goods pass by shantyhome in Buenaventura’s port/ Mercancías comerciales pasan por una casa popular en el puerto de Buenaventura
I hope we can begin to have the conversations needed in the United States about our foreign policy choices in order that they be ones that foster mental landscapes centered around human agency, and which shift the agenda from expediting capital progress to advancing communities’ visions of the future.
EE.UU carece de autoridad moral en su guerra contra las drogas y su estructura económica
El pasado 6 de noviembre votamos, y entre los precedentes históricos de ese día fue la legalización y regulación de la marihuana en los estados de Washington y Colorado. Días después de las elecciones de noviembre y las decisiones de Washington y Colorado para legalizar y regular la marihuana el Presidente mexicano Felipe Calderón declaro que la legalización de la marihuana para uso recreativo en estos estados limita la “autoridad moral” de EE.UU. al pedirle a otros países que combatan al narcotráfico, además representa un cambio fundamental que requiere el replanteamiento de la política anti-drogas en todo el hemisferio occidental.
Mientras que diferentes jefes de estado debatían la importancia de esta nueva legislación, yo estaba viajando a Buenaventura, el puerto principal de Colombia, y como tal, el corredor principal para la salida de drogas hacia su destino de consumo—los Estados Unidos. Buenaventura es responsable por alrededor de 60% de los productos comerciales que entran y salen del país, y por eso ha sido uno de los lugares más afectados por la política neoliberal promovida por EE.UU. durante más de una década, la cual fue responsable de la privatización del puerto en 1993 y la implementación del Tratado de Libre Comercio EE.UU.-Colombia en mayo del año pasado. Si bien estas políticas sirven para aumentar la actividad económica y el valor del puerto, no ayudan en la distribución justa de los beneficios de la industria del transporte marítimo como tampoco distribuyen los millones de pesos equitativamente que circulan diariamente por el puerto. Según la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos, “De los 375.000 habitantes de la ciudad, casi un tercio están desempleados y un 80% vive en la pobreza, el sesenta y cinco por ciento de las viviendas en Buenaventura no tiene alcantarillado y 45% no cuenta con agua potable. La esperanza de vida en Buenaventura es de 51 años, comparado con el promedio nacional de 62 años.”
Para la comunidad afro-colombiana de Buenaventura, que representa casi el 90% de la población municipal, existen graves implicaciones raciales debido a estas políticas económicas. Un lider trabajador del puerto afro-colombiano declaro que con la privatización, “nos encontramos sumidos en una esclavitud moderna…ya no encadenados con grilletes, sino estamos esclavizados a nuestra precaria situación económica. Como trabajadores portuarios ni siquiera ganamos el salario mínimo, ganamos alrededor de 90.000 pesos al mes trabajando a veces turnos de 12 a 36 horas. Como podemos mantener a nuestras familias con un sueldo así? Con la privatización vienen la explotación y la descomposición social.”
WFP delegation learns about labor conditions in the port from the portworkers/ Una delegación de APP aprende de los trabajadores portuarios sobre las condiciones laborales en el puerto
Esta guerra económica neoliberal que se han propagado por todo el mundo utiliza una lógica que favorece el aumento y la movilidad del capital sobre todos los demás intereses humanos y esto crea la muerte y la destrucción de los medios de subsistencia, los procesos de desarrollo comunitarios, las identidades étnicas y las vidas de sus habitantes.
Ha habido una tendencia continua desde la pasada década en el puerto conforme se han ido sentando las bases para la implementación del tratado de libre comercio y el incremento de las estructuras informales de empleo, así como el desmantelamiento de las condiciones de trabajo y los esfuerzos de los trabajadores para organizarse sindicalmente. Estas condiciones han llevado a los trabajadores a la desesperación y al mismo tiempo han promovido actividades ilícitas así como el aumento en la criminalidad en sus comunidades. Un trabajador gana 90 mil pesos al mes bajo condiciones laborales pésimas con una familia que mantener, y al mismo tiempo la industria del narcotráfico les ofrece un pago de 500 a 600 mil pesos por hacerles un servicio. ¿Qué tan fuerte puede ser la voluntad para negarse a hacer el servicio cuando la gente es débil y vulnerable? “Cuando la gente tiene hambre, la gente hace cualquier cosa,” nos dijo un trabajador portuario.
Mientras que es muy importante que actuemos para abrir espacios para debatir una reforma en la política anti-drogas en los EE.UU. que enfrentar la idea de una guerra contra las drogas que ha tenido una estrategia de erradicación equivocada, a la cual ha canalizado miles de millones de dólares de los contribuyentes para fortalecer el aparato militar en otros países y que ha afectado al campo colombiano con las fumigaciones aéreas de glifosato producido por Monsanto, es también importante que utilicemos estos espacios para debatir la guerra económica que los EE.UU. está promoviendo en otros países del mundo también. Tenemos que entender las maneras en que la política anti-drogas y la política económica están íntimamente ligadas, y la forma en que la vulnerabilidad creada por una alimenta el fortalecimiento de la actividad ilícita que la otra pretende combatir.
Es imposible entender los beneficios del libre comercio hasta que los vea en un lugar como Buenaventura. Las casitas sobre pilotes en el océano una al lado de la otra, proyectos de construcción de millones de dólares en la carretera para que los camiones que transportan mercancías comerciales puedan llegar a su destino mientras que las personas que viven en las cercanías de las carretera hacen sus casas con materiales de vagones y camiones abandonados. Pienso en el paisaje que se crea en mi mente, viviendo como si uno mismo fuera un producto comercial.
Espero que podamos empezar a tener estas conversaciones tan necesarias con el gobierno de Estados Unidos sobre nuestras opciones en política exterior. Ojala sean ellos mismos quienes nos creen nuevos paisajes en nuestras mentes centrados en el bienestar del ser humano y el avance positivo con una visión a futuro de estas comunidades en lugar solo del interés material del capital.
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